Los primeros exploradores del Viejo Mundo buscaban especias asiáticas y encontraron productos que nos acompañan diariamente. Con «Saberes y sabores del legado colombino : gastronomía y alimentación en España y América s. XVI-XXI» (publ. en 2006, sign. A-A/5157) descubrimos un mundo de productos (y sus posibilidades gastronómicas) arribados a Europa desde la llegada al continente americano, y que aparecen con profusión en esos deliciosos bodegones barrocos que los pintores del XVII gustaban de reflejar en sus cuadros.
La variedad del comercio de especies vegetales fue tan enorme como las extensiones de su cultivo, y se dio en ambas direcciones. De cada planta se extraía un uso, que sirvió para que la sociedad afrontara situaciones políticas cambiantes, y coyunturas bélicas, además de dinamizar la economía, discurriendo hasta el mundo actual: la patata fue clave en crisis alimentarias; el café, o el tabaco se empleaban como estimulantes contribuyendo su carga impositiva a sostener al estado y a enriquecer a los que traficaban con ellas; la quina era empleada como remedio antipirético y antipalúdico, …
Otra aditivo que ganaría en importancia al final de la colonia sería el azúcar, fundamental para economías como la cubana, donde un sistema esclavista sostenía la producción de los ingenios, como se conocía a las fincas de caña junto a la maquinaria que permitía molerla y extraer la «sal blanca», ya que se refinaba. Del auge de esta industria dan cuenta las numerosas publicaciones que custodia la Biblioteca Americanista de Sevilla sobre ella, como «El Ingenio complejo económico-social cubano del azúcar» (publ. en 1964, sign. L/3122) , del reputado historiador Manuel Moreno Fraginals o el facsímil «Los ingenios : colección de vistas de los principales ingenios de azúcar de la isla de Cuba» (publ. hacia 2005, sign. L-L/871), tal vez el libro más bello y admirado de cuantos salieron de las imprentas de la Cuba colonial, que reunía información precisa sobre las explotaciones, con litografía iluminada a mano sobre dibujos tomados al natural.
El próximo 13 del presente, se celebrará el Día Internacional del Chocolate, uno de aquellos productos que más éxito han tenido, aunque en un principio su acogida fuera más fría. Cuenta la leyenda que, compadecidos los dioses de los trabajos del pueblo tolteca (en el actual México) decidieron que uno de ellos bajara a la tierra a enseñarles las ciencias y las artes. Sería Quetzalcóatl quien tomó forma humana y descendió sobre Tollan, la ciudad de los hombres buenos y trabajadores. Los toltecas despertaron asombrados cuando un rayo de la estrella de la mañana lo trajo, acompañado de Tláloc, el dueño de las lluvias, dador de la vida y dueño de las almas separadas de los cuerpos, y Xochiquetzal, diosa de la alegría y el amor, esposa de Tláloc. Además de los saberes transmitidos, les regaló el don de un pequeño arbusto de flores encarnadas con cuyos frutos preparaban los dioses una bebida exclusiva de ellos. El dios sustrajo la planta, sembrándola en los campos de Tula y pidió a Tláloc que lo alimentara con la lluvia y a Xochiquetzal que lo adornara con flores. El arbolillo dio sus frutos y Quetzalcóatl recogió las vainas, hizo tostar el fruto, enseñó a las mujeres a molerlo y a batirlo con agua en las jícaras, obteniendo así el chocolate. Del cacao obtenían cuatro derivados, tres lo reservaban para moneda (la gran importancia determinaba su valor de cambio) y el cuarto se destinaba a preparar la bebida, pues así, líquido y especiado era como se consumía aquel.
Su valor alimenticio acompaña al literario: ayuda a reducir el estrés y la ansiedad, tiene antioxidantes, mejora la función cognitiva y protege el corazón. Ya no tenemos excusa para probarlo una vez más.